24 agosto 2017

Ésta siempre ha sido 'Juego de tronos'


El sexto episodio de la séptima temporada de "Juego de tronos" ha "roto internet", como suele decirse, pero por la disección minuciosa y las protestas sobre algo más anecdótico que fundamental para la serie: sus elipsis temporales. Puede haber críticas hacia otros aspectos del capítulo, pero el 95% se han centrado en la dilatación y la compresión del tiempo en esa expedición al lago helado más allá del Muro. Que si "Juego de tronos" ha pasado a ser la serie más estúpida de la televisión, que si han inventado el teletransporte, que si todo es fanservice y está trufado de Deus ex machina, que si es un culebrón, que si aún es más misógina que antes, que si ahora vale todo, que si ésta no es mi "Juego de tronos", que me la han cambiado...

Algunas de esas críticas son perfectamente razonables; el manejo del tiempo en ese "Beyond the Wall" es torpe, cuanto menos (reconocido por Alan Taylor, el director del episodio), en Invernalia nos están escamoteando información (por lo que todas las quejas deberían esperar al último capítulo, por si acaso) y la trama va tan acelerada, impulsada por que ya casi puede tocarse el final con los dedos, que se pierden algunas cosas por el camino. Pero ésta sigue siendo "Juego de Tronos". No se ha perdido la esencia de la serie ni los personajes han pasado a ser incoherentes con lo que sabíamos de ellos. David Benioff y D.B. Weiss han hecho dar un paso al frente a la parte de su ADN que siempre supimos que dominaría su último tramo: la fantasía épica.

El gran reto de la serie para su última entrega es ése, integrar la mitad más "realista", la de los juegos de poder y las guerras polvorientas, con la de la magia de los Caminantes Blancos, los dragones y las profecías de Bran. No va a ser una integración fácil (este capítulo 7x06 bien lo ha mostrado) porque algunos de los códigos que rigen una parte chirrían en la otra, y los que se aplican en ésa se quedan muy cortos en la anterior. A la magia hay que ponerle unos límites para que no valga, efectivamente, para todo, pero también hay que construir al Rey de la Noche como el rival formidable que tiene que ser, como ese Sauron cuya derrota parece imposible. Los pactos con el espectador de una parte y otra no son los mismos, y lo más lógico es que vaya a haber llanto y rechinar de dientes constante hasta que lleguemos al ultimísimo capítulo.

Lo que sí tiene que mantener su "esencia" son los personajes. Y ésos, de momento, aguantan el chaparrón de elipsis confusas. A algunos, este último episodio les ha venido muy bien para volver a ser interesantes, para conseguir que los espectadores vuelvan a estar de su lado. Incluso los acercamientos personales rozando lo incestuoso son plausibles: "Juego de tronos" considera que lo honorable, la decencia y la inteligencia son cualidades atractivas. Tampoco pasa nada porque esos personajes sean guapos, claro.

¿De qué nos estamos quejando exactamente? ¿De una anédcota, que es lo que es todo el asunto del lago helado? ¿O de algo subyacente que está empezando a aflorar? Para ciertos espectadores, la progresiva importancia del Rey de la Noche es como si el alien hubiera salido del pecho de la serie. Para otros, representa más a Gandalf y Elrond apareciendo en el momento más providencial en el Abismo de Helm. "Juego de tronos" nunca ha sido perfecta; tenía un razón un crítico estadounidense que decía que, más que hacer buenos episodios, hace grandes momentazos, pero ha sabido construir personajes lo suficientemente bien definidos para que nos preocupe qué les va a ocurrir. Pisar el acelerador a fondo en su tramo final puede pasarle factura, sí, pero eso no lo veremos hasta que no aparezcan por última vez sus títulos de crédito.

Pero "Juego de tronos" no ha sufrido un cambio radical. Ha hecho que los sueños con cuervos, las chicas que pueden atravesar llamas sin quemarse, los muertos que se levantan, las sacerdotisas que dan a luz a sombras asesinas y los sacerdotes con el don de la resurrección, los brujos que convocan visiones, los asesinos que cambian de cara y los dragones se desplacen de los márgenes al centro de la historia. Cómo se cuente la historia puede estar sujeto a críticas, pero no que ésa sea la historia; siempre ha sido la que se iba a acabar contando.

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