29 enero 2015

El experimento de 'Birdman'

Cuando a un director le da por incluir un tour de force técnico en alguna película, siempre existe el riesgo de que la cinta no sea más que el truco formal, que no haya nada que sustente el experimento. Y las reticencias pueden hacerse todavía mayores cuando dicha película se rueda toda en un largo plano secuencia, o en una serie de planos secuencias. Ha habido bastantes títulos en la historia del cine que se han servido de ese truco, desde "La soga" y su teatralidad hasta "El arca rusa" y su repaso por la historia de Rusia a través de una toma continuada, y todas presentan cierto grado de ambición. La última en llegar a este grupo es "Birdman", la cinta de Alejandro González Iñárritu que recupera la energía que el director mexicano imprimía a sus películas (y que fue perdiendo progresivamente hasta "Biutiful" y su terrorismo emocional) y que podría ser un experimento pretencioso y de moderneo si no fuera porque, precisamente, el largo plano secuencia (y falso) está al servicio de la historia.

Ésa no es otra que la del colapso mental de Reagan, un actor en horas bajas que se hizo famoso gracias a un superhéroe llamado Birdman, y que ahora quiere recuperar el prestigio y la atención montando una obra de teatro sobre Raymond Carver en Broadway. Pero la presión por ser un éxito, por demostrar a los críticos teatrales que no es otra estrella de Hollywood que busca la pátina de "seriedad" que dan las tablas neoyorquinas y por probarse a sí mismo que no está acabado, empujan a Reagan al borde del precipicio. uno en el que, a lo mejor, tiene demasiado interiorizado al Hombre Pájaro. Las tomas continuas siguiendo a los actores por el teatro y por las calles de Nueva York, más el impulso constante de la batería de Antonio Sánchez, nos mete de lleno en la inestable mente de Reagan, nos ayuda a que veamos el mundo a través de sus ojos.

Así, "Birdman" contiene dentro de ella un par de películas diferentes; una sobre los entresijos teatrales y otra que es la cinta de superhéroes que el personaje de Michael Keaton tiene dentro de su cabeza, y las dos funcionan a la perfección (las tres, si contamos la historia de Reagan con su hija). Por lo que todos los implicados han contado, el rodaje no debió ser especialmente fácil, con los actores teniendo que interpretar largas secuencias de ocho o diez minutos en las que la cámara se movía a su alrededor y se ponía delante de sus caras, y si se equivocaban tenían que empezar de nuevo. La conjunción técnica y creativa resulta perfecta, y el ritmo de toda la película, más su peculiar humor y sus toques metarreferenciales (no sólo sobre el pasado como Batman de Keaton) te llevan hasta el final sin que te dés cuenta.

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